viernes, 26 de agosto de 2011

Lo importante es otra cosa

Nos pasamos la vida haciendo planes, pensando en la forma de divertirnos, de ser felices. Durante horas y horas configuramos nuestros siguientes pasos sin darnos cuenta de que las manecillas mudas del reloj son nuestro verdadero tesoro. Un tesoro que tú nos has enseñado a valorar, dándole cuerda cada día, evitando que se parase su péndulo.
Pero hay veces que los planes escapan a ese artilugio de madera con números romanos que siempre esperará en el salón a que te subas en una silla a girar la manivela.
Tantas vueltas da la vida que no podemos predecir lo que nos pasara mañana, o si no… ¿no eras tú el que decías que tomar café, tostar pan y dormir en el suelo eran los placeres que disfrutábais los que allí estábais para combatir?
Sin embargo, el verdadero campo de batalla fue tu familia. Fuiste soldado en tierras del vino, un luchador del campo, el protector de la casa.
Esa casa que vio nacer a tus hijos, y que durante tantos años fue el escenario de fiestas y reuniones familiares. Si no apetecía cocido, no había alternativa posible para alimentarse. Pero eso sí, siempre había un plato para aquel que venía a visitarte.
Tú fuiste un segundo padre para cada uno de nosotros, nos acompañabas después del colegio, nos ayudabas incluso con las divisiones, sumas y restas, y por cada acierto recibíamos de premio una propina, caramelo de menta o un trocito de chocolate para merendar.
Ahora te debemos muchos de los consejos que nos has dado en la adolescencia, muchas veces sin necesidad de muchas palabras, como tú decías: “deja la charla consuelo, que una moza casadera no debe estar en la era si no está el sol en el cielo”.
Fuiste el sol para todos.
Ahora tu asiento sigue ahí y estaremos esperando a que vuelvas a reírte, que nos cuentes tus historias, aunque somos conscientes de que todo quedara en un recuerdo dulce y que ese asiento nadie más podrá llenarlo.
Hasta siempre y, como tú nos decías: salud y suerte.