martes, 5 de julio de 2011

A mis compañeros mayores

Cuando somos jóvenes y comenzamos a dar los primeros pasos en una carrera universitaria parece que el tiempo no es suficiente para cumplir todos los deseos que tenemos en mente o las metas que deseamos proponernos. Tendemos a hacer todo pensando que tendrá una fecha de caducidad e intentamos comernos el mundo más rápido de lo que son capaces de aguantar nuestros pies. Sin embargo, para mí ha habido un momento dentro de esta etapa universitaria que me ha hecho pensar si realmente debemos preocuparnos tanto de las manecillas de un reloj inerte y mecánico o es momento de observar lo que tenemos alrededor y disfrutar de ello sin importar en qué momento va a desaparecer.

Cuando entré por primera vez en la clase intergeneracional sabía que no iba a ser una asignatura más a la que acudir para tomar notas de una teoría que nos sirviese para nuestro futuro, en mi caso, como comunicadora. Cada una de las personas que se sentaban en aquellos pupitres me enseñó que la vida no solo se aprende con un bolígrafo y un papel en la mano, sino que debemos vivir cada instante como si formase parte de una materia obligatoria y a la vez invisible de un plan de estudios que forma parte de cada uno de nosotros. El de nuestra propia madurez.

Los mayores son, sin lugar a dudas, la llave de una puerta a la experiencia, lo vivido y lo esperado. El pasado y el futuro. Son las voces que me han animado a terminar la carrera con un brote de esperanza pese a estar sumergidos en esta crisis que bien incita dejar todo atrás y replantearse una nueva vida.

Pero son los mayores quienes, cuando compartimos juntos trabajos, reflexiones y memorias en clase, nos hicieron ver que cada una de sus situaciones era un ejemplo de superación en la vida y que no podemos desperdiciar ni un trocito de la suerte que tenemos ahora los jóvenes de acceder a diferentes puntos, junto con los medios que se presentan a nuestro alcance.

Muchos dicen que se aprende de la experiencia, yo pienso que es mucho más sencillo ya que la mejor forma de conocer es escuchando. Estar atento a las historias de los demás enriquece las propias e incluso deja un sabor dulce de los recuerdos. Como el de aquel compañero que durante el primer año de asignatura relató su noviazgo con una mujer hermosa que tenía el nombre más feo del mundo. Y es que la belleza siempre ha sido más valiosa cuando uno la descubre por sí mismo.
La pérdida de un hijo, el amor del matrimonio después de tantos años o el recuerdo de unos padres trabajadores son solo algunas de las historias que de poco sirven para someter a examen al alumno dentro de un test de evaluación, pero son esenciales para examinarnos de humanidad, de atención y de empatía.

Después de dos años en los que he tenido la suerte de presenciar con más de treinta mayores la experiencia de compartir pupitre, muchos serían los recuerdos que metería en una maleta y llevaría conmigo a cualquier lugar en el que ahora me toque continuar la carrera, sin embargo, prefiero que todo eso quede en mi memoria, que un día pueda escribir un artículo siguiendo los consejos de alguno de ellos, que en un reportaje aparezcan sus caras o que las mejores noticias del mundo sean la consecuencia de sus actos dondequiera que estén. Porque si nosotros, los jóvenes, intentamos construir un futuro mejor o peor para parecernos a ellos el día de mañana, nuestros profesores de la vida, tengan la edad que tengan, aún tienen mucho que aportarnos.

(Libro intergeneracional. UPSA)

3 comentarios:

  1. Tienes tanta razón, Lucía... A caminar sólo se aprende andando. Y a aprender, escuchando (que no oyendo...).
    Debe haber sido una clase hiperinteresante =)

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  2. Lucía, me imagino que a tus compis más veteranos les habrá gustado leer tu post.

    Saluds veraniegos!

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  3. Comparto, sinceramente, de hecho terminé mis estudios secundarios en un colegio para adultos, y con 23 años, era el menor de todo el curso. Con decirte que mi compañera de banco tenía en ese entonces 58 años!!!

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