jueves, 8 de septiembre de 2011

Fiestas de cuento


En aquella noche las estrellas parecían más lejanas. Era un lugar oscuro y en ese mismo momento, el sonido de sus pasos corriendo a toda velocidad era el único audio que se escuchaba mientras las sombras de su cuerpo se proyectaban en las paredes. No podía gritar, ni siquiera respirar fuerte porque cualquier movimiento en falso podría delatarle, además, ya estaba cerca de aquel callejón oscuro y era el escondite perfecto. Pero el enemigo ya conocía sus maniobras y en un descuido, una fría mano comienza a golpear su espalda...
¡¡Ajá te he pillado, ahora te la velaass!!

Era el turno de buscar un nuevo juego, pero el sonido de las campanas de madrugada advirtió a los más pequeños que era la hora de descansar y por eso corrieron deprisa hacia sus casas, con alguna que otra caída, eso sí. Y es que aquellas calles traicionaban a los más veloces porque dejaban en las piernas una marca de recuerdo que se confundía entre asfalto y arena. Una vez en sus casas, los jóvenes del condado tomaban las calles con latas y canciones anunciando la llegada de la celebración. En los hogares, otros se quedaron preparando los banquetes y sobre todo, la bebida condimentada a base de vino, cítricos, azúcar y agua para que no faltase en ninguna de las bodegas ni en las casas de las familias, en esos momentos, nerviosas por que todo quedase listo.

Y así fue. Al día siguiente, el sacerdote del lugar preparó la eucaristía mientras le ayudaban los monaguillos más atrevidos y el coro, que estaba situado en la parte más alta de la iglesia y que contaba con diferentes voces e instrumentos para la ocasión, entonó aquellas melodías que había preparado para los oficios.
Aquel templo era especial porque se consideraba el monumento más emblemático del pueblo, de orígenes románicos, pero que muchos conocen realmente porque un rayo acabó con su torre años atrás. Menos mal que, de todos los vecinos del poblado, concretamente unos afanosos albañiles autóctonos se habían encargado de dejarla como nueva, restaurarla y convertirla en referente de todos los alrededores.

A la hora de la Santa Misa, toda la aldea vestía de gala. La cuesta empinada que comunicaba el templo religioso con el centro urbano se convirtió en una pasarela de encuentros, recuerdos, risas y carreras para contar todo lo que había sucedido durante un año entero. Y es que, a pesar de ser un pueblecito situado cerca de la capital, muchos de los habitantes tuvieron que dejar su casa para trabajar en otros lugares, por eso, cada año el reencuentro era tan especial, como especiales y envidiables eran los pocos agricultores que con el trabajo de sus manos y a la vez, sus nuevas tecnologías, todavía hacían que las tierras de ese lugar dieran los mejores frutos de la zona del vino, además los ganaderos habían sorprendido anos atrás a los niños en esas fiestas, dejándoles correr detrás de unos gurriatos resbaladizos y cuya captura era la tarea principal solo para ganar un gran premio que consistía en una bolsa llena de gominolas y dulces.

Durante el desfile hacia la taberna, antes de comer, un grupo de trobadores entonaba músicas tradicionales de la comarca y el sheriff dió por inaugurados los días de El Salvador. Había quienes con un corto y una tapa podían durar hasta la hora del almuerzo, y quienes necesitaban tres o cuatro de las grandes para ponerse a bailar y cantar con aquellos trobadores. Lo que muchos no sabían es que en la taberna central lo mejor de todo eran las cenas. Su churrasco, sus brasas y sus pulpos atraían a más forasteros que a los propios vecinos. Pero aquella no era hora de hablar de cenas, sino de bermús. Se comentaba por ahí que un cantante llamado el “Rubio” afinaba muy bien con su single “cocidito madrileño” en sus años mozos. Para aquellos que no creéis esta leyenda os invito a conocerlo en Youtube, junto a otro grupo de expertos en ceremonias preparando limonada que me he encontrado por ahí. Lo bueno sería no invitarle al concurso de karaoke porque sino tendría garantizado el primer puesto.


Pero sigamos con nuestra historia porque en esas horas en las que el sol picaba con más fuerza, el único alivio era el frescor de las casas donde echarse una siesta significaba un sueño que duraba horas... también es cierto que muchos jóvenes preferían bajar al parque y alejados del pueblo, contarse secretos y poder hacer de las suyas que a la vista de los padres, no era muy adecuado. Y si el calor mandaba, allí se montaba la guerra y no precisamente con pistolas sino con globos llenos de agua que llenaban de colores el suelo. Muchas monitoras y expertos en el jardín de infancia hacían más divertida la velada de los más pequeños y es que cuando en un lugar el 50 por ciento de los ciudadanos son gente menuda, uno debe replantearse si volverse ¿por qué no? un poco niño también.

Las bicicletas en el pueblo por supuesto que eran para el verano. Un arsenal de conductores de estas dos ruedas conocía de sobra el alfoz, desde el camino de la cruz hasta el cruce de la circumbalación pasando por la laguna de las coronas, la fuente de la Encina o Fuentesalgadas.

De repente, una caravana de forasteros comenzó a llenar de furgonetas la plaza central del poblado. De allí comenzaron a salir un toro de plástico con motor que se movía como loco, un conjunto de colchonetas llenas de aire para saltar hasta perder el equilibrio y un cañón con un líquido extraño que se convertía en espuma que hacía las delicias de pequeños y no tan pequeños.

Aunque los que preferían darle duro al coco, de forma distinta a la de aquel toro de plástico, se batían en duelo en la cantina central. Allí fluían las cartas sobre la mesa, junto con alguna copita para mejorar la concentración. Y todos trataban de demostrar su diestra en las cartas, aunque los altos puestos estuvieran ya cogidos por los valientes que se concentraban para derrotar a los forajidos de los pueblos vecinos.

Precisamente en gran número llegaban también aquellos forasteros que sin pasar por el centro del pueblo se concentraban con los mozos a las afueras para retarse, en ese caso, con un balón entre los pies. Todo en un campo desértico y sufriendo la gota gorda de una tarde de verano.
Mientras tanto, quienes no se atrevían con el deporte, comenzaban a preparar sus disfraces para la diversión vespertina.

Los paseos hasta la escuela eran obligados para los amantes del arte. Las piezas realizadas por los asociados durante todo un año se exponían a todos los públicos para conocer los avances, tanto en pintura como en bordados. También había quien aprovechaba para visitar a los familiares y amigos. En alguna ocasión, los encuentros eran muy emotivos, sobre todo cuando a las personas que más se les quiere habían dicho adiós en los últimos meses y con eso se empezaba una nueva etapa en la familia que dejaba el paso a las nuevas generaciones. Pero esos recuerdos siempre eran alegres y con la esperanza de que desde cualquier lugar, fuera donde fuera, alguien observaría contento el transcurso de estos días festivos.


Y entre juegos, reuniones y comida, el cuerpo ya pedía un baile, además, la limonada estaba dispuesta y la orquesta preparada para el repertorio. En aquel año se comentaba que la Danza Kuduro era uno de los bailes más demandados, en cambio, hay quienes preferían Iron Maidem, Metallica o temas de un tal Nirvana.
Con las bodegas animadas, las canciones populares también adquirían protagonismo y los reyes de estas cuevas enseñaban a los novatos retos de cartas, juegos de palabras y trabalenguas para confundirlos en cada trago. El estado de quienes salían al exterior era de notable felicidad en la cara, dispuestos en ocasiones a subir al escenario y mostrar su talento, bien con los músicos, bien con las pobres cantantes que sufrían la calorina.

Así transcurrieron los días en aquel poblado y las celebraciones, algunas veces con queimadas de los amigos de Galicia y otras con las comilonas en los merenderos municipales, se pudieron amenizar unas jornadas inolvidables para muchas de aquellas personas que simplemente, decidían compartir su tiempo de una forma diferente.


Lo verdaderamente importante era que cada una de ellas tenía su papel. Uno de los vecinos más conocidos prestaba año tras año su patio, situado cerca de la plaza central, con las paredes decoradas y una larga mesa de tablón para preparar grandes meriendas con amigos.

Cerca de la iglesia, las vecinas de la zona aportaban su grano de arena limpiando las telas del templo y cuidando a la vez de sus nietos. Los jóvenes que vivían aquí organizaban con la comisión la buena marcha de este lugar, e incluso un par de fotógrafos profesionales y un realizador de vídeo hubieran sido capaces de reportajear todas estas ceremonias.

Con el conjunto de arquitectos, biólogos, médicos y abogados, dependientes, administrativos, amas de casa y algunos ninis... este lugar hubiera podido ser una pequeña gran ciudad, que al menos lo era durante un período de tiempo. Estaba claro que solo unos pocos, pero con muchas ganas, podrían ser capaces de formar una fiesta que en otra ocasión y con más afluencia podría ser imposible.

Sólo un último apunte... parecía ser que el aquel lugar todo lo relacionado con la gastronomía era el plato fuerte de los festejos, que si arroz a la zamorana, que si preparo unas tortillas, que si frío unos pimientos que piquen para bajarlos al merendero...

Lo importente es agradecer que haya personas que, año tras año tengan tantas ganas de celebrar las fiestas que animen al resto a apuntarse y participar. Sino, miren a una servidora que después de haberle quitado el puesto al pregonero del año pasado no pudo deshacerse de su trono fijo en el balcón del chupinazo. Ahora bien, aviso que estas palabras quedan en el aire para que el siguiente valiente las recoja, se atreva el año que viene y disfrute tanto como yo mostrándoles todas las sensaciones, puntos de vista y recuerdos que me trae este lugar.

Día tras día llegó el final y todo se acabó. No quedaban luces, ni música, ni encuentros, ni alcohol ni banderines, todo quedó en un bonito recuerdo que ya esperaban con ansia para el año siguiente... pero ahora nosotros, quienes estamos aquí tenemos una ventaja: y es que todo esto que acabo de contaros aún no ha sucedido, es producto de vuestra imaginación y sólo el entusiasmo de cada uno lo hará realidad, así que amigos, disfrutad, reíd, vestid de fiesta, bebed y recordar! porque quedan cuatro días por delante para que todo el pueblo viva unas fiestas de cuento.


(Pregón fiestas Tardobispo 2011)

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