jueves, 22 de abril de 2010

En la cantina


En un primer momento parecía como si Calamaro estuviese allí junto a él, mirándole seriamente y con un teclado en medio del bar mientras le cantaba a sus desgracias amorosas.
Acababa de tomarse la sexta, pero toda su ira estaba concentrada en el brazo derecho que, después de apoyarlo sobre la mesa en un golpe seco, el vaso que tenía en su mano se transformó en una vidriera de cristales que le arañaban las manos. Hacía tiempo que el dueño le había amenazado con echarlo del local, pero cuando sólo tienes un cliente con el que lucrarte en un período corto de tiempo, hasta que los daños no sean mayores que los beneficios, nadie moverá un pelo.
Todo por culpa de aquella mujer que encontró en otro lo que no le daba él. O que simplemente se encontró a sí misma.
Seis copas no eran suficientes para olvidar y sus lágrimas, al menos, rebajaban los grados y el color rojo que acababa de crearse en la mesa mientras el sol comenzaba a colarse por entre las cortinas.

Se preguntaba qué habría hecho mal. Siempre le había dado todo lo que estaba a su alcance, habían compartido su piso, su vida. Ella era suya.


ddm


Tan sólo unas horas antes su brazo derecho tenía esa misma ira contenida, esa rabia que empleaba en ella, para que supiese distinguir entre lo que estaba bien y lo que no. Como un padre pega un azote a su hijo, con la diferencia de que al pequeño no le va a volver a suceder porque, primero, ha aprendido que el mal no se debe hacer y segundo, porque su padre no vuelve a tocarle.
Ella no había hecho el mal, ni sería la última vez que él le pusiese la mano encima. Pero no lo sabía.


__

1 comentario: