lunes, 19 de abril de 2010

Bajo la caldera


Aquí dentro hace mucho calor, pero no es culpa de la caldera. Creo que me estoy ahogando.
Antes de salir de aquí necesito abrir la ventana y alguna puerta también.
Ya está.
Me están mirando desde el otro lado. Es una mujer que sobrepasa la edad de jubilación por poco, tiene rulos en la cabeza y un cepillo en la mano. Creo que no sabe de dónde vienen los gritos, pero es mi prima que se ha pasado uno de los peores niveles de un juego absurdo de plantas y zombies que crea demasiada adicción. Se le oye desde el sofá. Aunque, ahora que lo pienso, no es este lado del edificio lo que le causa curiosidad, son las braguitas de una vecina. Vaya, por la forma en que las está mirado diría que en su casa la colada está muy lejos de parecerse a la de su compañera de al lado. Acaba de esconderse y ahora mira por detrás de la ventana, como yo, pero ella continúa observando la ropa interior. Yo me escondo. Creo que vuelve a salir; y ahora está mirando para todos los lados. Ya no me ve.
Está agarrando el cepillo de barrer por el lado de las cerdas y el otro extremo está sobrepasando los límites de su terraza hasta llegar al tendedero de al lado. Casi... casi... las cogió.
Las braguitas se deslizan por el palo del cepillo y en un movimiento reflejo, la vecina ha desaparecido con ellas entre los cristales.




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